jueves, 1 de julio de 2010

Los roles del profesor universitario de cara al nuevo paradigma educativo

En una época de profundos cambios en el sistema educativo, no podemos dejar de analizar el nuevo rol del profesor universitario. El panorama es complicado frente a la avalancha de nuevos conceptos de formación, de nuevas teorías de aprendizaje, de nuevas estrategias metodológicas, de nuevas tecnologías de información y comunicación para integrar a la docencia, todo lo cual implica directamente al ejercicio docente y, es entonces, cuando nos invade una sensación de eclecticismo y llegan a nuestras mentes un sinnúmero de preguntas: ¿cómo lograr mayores niveles de aprendizaje en nuestros estudiantes?, ¿cómo desarrollar competencias?, ¿cómo enseñarlas?, ¿cómo evaluarlas?, ¿cuál es la metodología apropiada?, ¿cómo utilizar las tecnología?, ¿cómo potenciar el aprendizaje con la tecnología? y la lista sigue. Lo cierto es que, estamos frente a un nuevo paradigma educativo, con centro en el aprendizaje, es decir, en el sujeto que aprende, esto no significa restarle importancia al proceso de enseñanza y mucho menos subestimar el rol del profesor. Antes bien, se trata de entender la relación dialéctica entre la enseñanza y el aprendizaje, ya que “enseñanza sin aprendizaje no es enseñanza, es un absurdo” (Torres, R.M, 2001). Es en este contexto donde el reto es grande y asumirlo implica la transformación de nuestra actividad como maestros, se trata de convertir la enseñanza tradicional en una práctica desarrolladora de capacidades donde se privilegie el pensar y el razonar y donde se propicie “(…) un desarrollo genuino del individuo (…) esto es, que verdaderamente adquieran conocimientos útiles, capacidad de raciocinio, aptitudes y valores” (Declaración Mundial de la UNESCO sobre la educación para todos, 1990).

Es evidente que las metodología y las técnicas de aprendizaje del modelo tradicional, como son: repetir, definir con términos fijos, copiar, seguir la secuencia mostrada por el maestro, mecanizar fórmulas, ejercitarse sin pensar, etc., son sólo un “simulacro de aprendizaje” (Torres, R.M, 2001). Superarlo implica trascender a una práctica educativa donde los conocimientos se estudian, se analizan y se reflexionan “(…) en forma problemática, situándolos en un contexto y poniendo los problemas en perspectiva, de manera que el alumno pueda establecer el nexo entre su solución y otras interrogantes de mayor alcance” (Informe Delors, UNESCO, 1994), lo que permite un mayor nivel de comprensión y el desarrollo de la capacidad de aprender, conducente a la elaboración propia del conocimiento. En los postulados de la teoría crítica de Habermas (1988), se señala a la educación como una acción comunicativa apoyada en el diálogo y el entendimiento mutuo de quienes se relacionan en el acto educativo. En este sentido, es indiscutible que la enseñanza productiva requiere de la existencia de una relación profesor – estudiante establecida sobre la base de una comunicación efectiva, motivadora, retadora y afectiva, generadora de procesos de pensamiento y de aprendizajes significativos, a través de la propia actividad de los estudiantes y con la “tutela” (Nassif, 1984) y orientación del maestro.

En consecuencia, tanto en los entornos presenciales como en los virtuales, se requiere de un profesor que asuma roles de carácter pedagógico, organizativo y social. En el ámbito pedagógico, el maestro debe llevar al aula lo máximo de su experiencia personal y profesional para conducir con rigor y significatividad didáctica (Porlán, 1995) el desarrollo cognitivo y el aprendizaje de los estudiantes, articulado de manera armónica con sus intereses y motivaciones. Como señala Freire (1982), es primordial que el profesor adopte el rol de “problematizador” para que mediante la pregunta, la discusión y la controversia se permita el brote del potencial de conocimientos de los estudiantes. En el rol organizativo del profesor subyacen las acciones generalizadas de planificación, ejecución y evaluación mediante las cuales el profesor dinamiza el proceso de enseñanza – aprendizaje.

Planificar la enseñanza implica planificar el aprendizaje para lograr con el trabajo en el aula y con el trabajo independiente el desarrollo armónico de capacidades, destrezas, valores y actitudes en una dinámica de mejoramiento continuo. En lo social el profesor motiva la interacción y la participación en ambientes de diálogo y discusión, propicia el establecimiento de un clima de comunidad de aprendizaje y evita el anonimato, ofreciendo a los estudiantes oportunidades para establecer relaciones interpersonales, trabajar en equipo y responsabilizarse de sus actos.

A manera de conclusión, el fruto de la enseñanza es el aprendizaje, un fruto que se consigue con un maestro consciente de que en su nuevo rol educativo es imprescindible una enseñanza planificada, problematizadora, motivadora y retadora de talentos.

Lucía Victoria Ospina